Judy Garland fue una estrella desde la infancia, con una presión pocas veces vista en la industria del entretenimiento. 30 años después las consecuencias se verán en una Judy al borde del abismo, solitaria e inestable. La biopic de Rupert Goold basada en la obra de teatro «End of the Rainbow» de Peter Quilter comienza cuando Sid, su tercer ex marido, le pide la custodia de sus dos hijos menores. La situación de inestabilidad llega a su cima cuando son desalojados del hotel en el que vivían y no tienen donde dormir. Para ese entonces, adicta a las pastillas y al alcohol, Judy es una mujer insegura, pedante, desconfiada y agresiva con su entorno. La amorosidad solo aflora con sus hijos a quienes ama con todo su ser. Nadie quiere contratarla por su fama de complicada, pero si no consigue el dinero suficiente para mantener a los pequeños perderá la guarda con total seguridad.
Decidida a conservarlos cerca, acepta la oferta de mudarse unos meses a Londres para realizar una serie de conciertos. Son los famosos shows que realizara seis meses antes de morir a sus 47 años. La cinta se ocupa de mostrarnos mediante flashbacks cómo siempre fue obligada -desde los 2 años- a vivir una vida que nunca eligió. El jefe del estudio MGM es retratado como un déspota y violento, quien la obligaba a tomar pastillas para tener más energía, para dormir, para no tener apetito… todo lo necesario para convertirla en la “chica americana perfecta”. El germen de la ruina de la vida adulta de Judy fue plantado durante esos años de trabajo en los que realizó varios de sus grandes éxitos, incluido “El mago de Oz”.

Para los que no son adeptos al género, tengan en cuenta que “Judy” no es un musical, de hecho la primera canción recién aparece a los 40 minutos de metraje. Es un profundo drama con una interpretación magistral de Renée Zellweger, de aquellas actuaciones que terminan siendo muy superiores a la película en sí misma. “Soy solamente Judy Garland una hora al día, es resto soy un miembro más de una familia”, dice convencida en un momento de estrés desbordante. Un asomo de esa fragilidad y soledad que no logró revertir ni siquiera en sus días finales.
Por Damián Serviddio