En la que tal vez sea una de las películas más personales de Pedro Almodóvar, el director se plasma a sí mismo y a sus sufrimientos en una lograda composición a cargo de Antonio Banderas. Los modos, la barba, el peinado, las referencias a su filmografía… no hay dudas que el realizador que vemos en pantalla está inspirado en el propio Almodovar. Salvador Mallo, así se llama este alter ego, sufre de las más variadas enfermedades, pero tal vez la operación de columna y los ahogos constantes sean los que más lo hacen sufrir, al punto de calmar dolores con el uso de heroína. “Los días que padezco un solo tipo de dolor, soy ateo”, dice, en oposición a aquellos en donde reza para que se calmen sus múltiples sufrimientos. No solo del cuerpo, también del alma.
En medio de las visitas a diversos especialistas y creyendo que ya jamás volverá a dirigir ninguno de sus textos, es convocado por la filmoteca de Madrid para el reestreno de su película más exitosa, ‘Sabor’, lanzada hace 32 años. Será una oportunidad para reconciliarse con el protagonista de aquella cinta y consigo mismo, revisitando su infancia junto a su madre (encarnada por Penélope Cruz). En medio de los bloqueos creativos, Salva recuerda cuando de pequeño le enseñó a leer y escribir a Eduardo, un obrero que ayudó a pintar su casa familiar. “Escribir es como dibujar, pero con letras”, dice el niño que encontrará en el cuerpo de ese joven su primer deseo.

En medio de tratamientos y citas médicas, Salvador acepta volver a ver a su ex pareja. La escena con Leonardo Sbaraglia es conmovedora y tierna, el ejemplo de cómo cerrar un capítulo de la vida con altura, respeto, gratitud y amor. Almodóvar logra esto con sus actores, que nos entreguen grandes actuaciones con pocos minutos en pantalla. Es garantía, también, de encontrarnos con los mejores roles de Penélope Cruz y de Banderas (ganador del premio a mejor actor en Cannes) y por eso lo amamos.