Dani perdió a sus padres y a su hermana de manera trágica. Tiempo después, en medio del duelo, su novio la invita a sumarse a un viaje de estudios. Es que uno de sus colegas regresará a su comunidad en Suecia y decide invitarlos para que conozcan el lugar en el cual creció. Sin otra responsabilidad, vuelan a Estocolmo y de allí manejan cuatro horas hacia el norte hasta llegar al medio de la pradera. Nada indicaría que allí existe civilización alguna. Caminando varios minutos más logran ingresar a una aldea rural donde se vive sin dinero, despojados de elementos materiales o cualquier apego que genere diferencias sociales. Todo parece idílico y perfecto. Pero el festival del mid-summer (solsticio de verano) enseguida muestra su cara más cruel y bizarra al revelar las intenciones de una secta pagana plagada de secretos y torturas.
Ari Aster, el celebrado director de “Hereditary”, se dejó llevar por su propuesta sin importar los condicionamientos del cine comercial: las casi dos horas y media de Midsommar pueden asustar a los desprevenidos. A quienes no presten atención a esos detalles, se encontrarán con un relato tan preciso que sorprende por las capas que van desplegándose con el correr pausado de la película. Si buscan guiones típicos de terror con sustos fáciles y previsibles, esta cinta y su complejidad los hará salir de esa zona de confort para descubrir cómo el pánico puede ocultarse a plena luz del día. No es necesaria la oscuridad de tanta película prefabricada y estandarizada para que tengamos miedo de verdad. Para que nos inquietemos y nos movamos varias veces en la butaca. Midsommar es extrema por momentos, perturbadora y magnética. La música de The Haxan Cloak colabora en la construcción de esa atmósfera, al igual que el parejo elenco que encabeza la casi omnipresente Florence Pugh. Debe celebrarse que este tipo de historias encuentren su lugar en las pantallas locales.
Por Damián Serviddio