Tras una eterna secuencia de títulos, comienza esta secuela que en realidad es independiente de la primera película que protagonizara Mandy Moore dos años atrás. Con un planteo diferente (el nombre original tiene como subtítulo “Uncaged” que hace referencia directa a la no utilización de la jaula de la peli original) y un elenco flojísimo, el director Johannes Roberts no tiene mucho de lo cual agarrarse para no hundirse.

Todo comienza con un grupo de alumnas de una escuela internacional de élite ubicada en Yucatán, México. Dos de las chicas forman parte de una familia ensamblada. Una pertenece al grupo de las populares, la otra es blanco de todas las burlas y maldades. Nada nuevo por acá. Para limar asperezas, sus padres les contratan una excursión para ver tiburones blancos desde un barco con fondo de cristal. Sí, así como suena. Ambas odian el plan de inmediato y deciden escaparse el ir a pasar el día a un cenote oculto y alejado del turismo. Es en realidad el ingreso a una ciudad maya perdida y sumergida, y también el hogar de tiburones hambrientos, sólo que eso ellas todavía no lo saben.
“Terror a 47 metros: el segundo ataque” es una opción teen de miedos previsibles que trata de sostenerse a base de golpes de impacto y en el pánico constante y encierro que experimenta este grupo de adolescentes (¡cómo se la pasan gritando!) encerradas en una cueva submarina con un depredador insaciable. No propone nada nuevo dentro del género y las actuaciones de Sophie Nélisse, Nia Long, Brianne Tju, Corinne Foxx y Sistine Stallone dejan mucho que desear. La opresión que viven las chicas pierde su impacto con el correr de los minutos y el guión -plagado de situaciones imposible- entra en un nivel de reiteración tal que nos sentimos dentro de un loop que pareciera no tener un fin cercano.
Por Damián Serviddio