Arthur hace terapia a diario, pero parece no ayudarlo con sus conflictos: se sentía mejor cuando estaba internado en el hospital psiquiátrico que en medio de la sociedad. Toma siete medicaciones, las cuales se cortan abruptamente por recortes presupuestarios en el área de servicios sociales de Gótica. “Ya no me quiero sentir mal” es lo que repite todos los días, en medio de los brotes de carcajadas repetitivas, inexplicables y psicóticas debido a su lesión cerebral. Las mismas se vuelven insoportables en situaciones de tensión extrema. Arthur, a quien se madre apodó Happy, vive ensimismado en fantasías de una vida perfecta y fuera de su alcance. La violencia del mundo, su intolerancia y la falta de empatía lo llevan al borde del abismo. Como él mismo dice, cuando se mezcla todo ese contexto con una persona quebrada emocional y psicológicamente, el resultado es explosivo.
Consumido físicamente y con una entrega en cuerpo y espíritu, la interpretación de Joaquin Phoenix en asombrosa. Una historia de desamor y abusos desgarradora, con un hombre partido al medio antes de transformarse en el líder de la anarquía de una ciudad corroída por la corrupción. Lo de Phoenix es impecable, con un compromiso absoluto al proyecto y que huele a posible nominación en la próxima entrega de los Oscars. La película también podría ser una de las sorpresas de la próxima temporada de premios gracias a la brillante labor del director Todd Phillips, quien se alejó de la comedia para darnos uno de los trabajos más complejos y potentes de su filmografía. El peso de la expectativa puesta en Guasón podría haberle jugado en contra, pero no. Es la película más oscura y perturbadora surgida del universo de los comics, contando -además- con referencias al mundo de Batman para aquellos fanáticos más tradicionales del caballero de la noche. ¡Impecable!
Por Damián Serviddio