“Un abogado rebelde” de John Grisham se sumó a su larga lista de best-sellers, producción que ya superó los 30 títulos (sin contar sus libros juveniles y de cuentos cortos). Estructurada como una serie de historias aunadas por el mismo protagonista más que como una novela en el sentido tradicional, la obra presenta el problema clásico que suele aquejar a las antologías: los desniveles entre cada una de sus partes. Sebastian Rudd, el abogado del título, no es tradicional: sus clientes son todos delincuentes, su camioneta es su oficina, tiene de asistente a un guardaespaldas, su ex mujer lo dejó por otra, casi no tiene vínculo con su único hijo y, por las noches, es coach de luchadores amateurs. Nada que lo vincule con la clásica imagen de letrado exitoso.
De este modo lo vemos enfrentar los casos de un jefe narco, una denuncia de gatillo fácil contra la policía, un homicidio involuntario cometido por su boxeador protegido, un inocente condenado a muerte injustamente y un asesino de mirada de hielo que se da a la fuga y lo involucra en la desaparición de una joven embarazada.
Correcto como siempre, Grisham no defrauda a sus seguidores, pero sin dudas no es esta una de sus propuestas más destacadas, mucho menos memorable. La exigencia autoimpuesta (o impuesta por la industria, vaya uno a saber) de publicar un libro al año tiene estas consecuencias. Sigue siendo el maestro de las novelas de corte legal, por supuesto. Pero intercala grandes aciertos con libros menores.
Por Damián Serviddio