La tan esperada novena película de Quentin Tarantino es una proyecto tan personal que se vislumbra que el principal satisfecho con poder concretarla fue el propio realizador. Homenaje al spaghetti western, a las figuras de acción de fines de los sesenta, al cine que lo formó como realizador. De todo ese se trata “Había una vez… en Hollywood”, además de permitirse reinterpretar uno de los mayores hechos policiales de la factoría de los sueños. No vamos a ahondar en esto último para evitar spoilers, sin embargo, a Tarantino se lo nota conteniendo la violencia típica de propuestas anteriores hasta que decide darle a sus fanáticos una probadita de aquello que estaban esperando. El resultado son casi tres horas de pura celebración al celuloide.

El guión está centrado en tres personajes. Por un lado tenemos a Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un galán de películas de acción que está entrando en el ocaso de su carrera. Su manager le ofrece mudarse a Roma durante unos meses para rodar cintas de vaqueros alla italiana y recuperar así algo de dinero y prestigio. Por otro costado podemos conocer su relación con su doble de riesgo, Cliff Booth (Brad Pitt), quien frente a la falta de roles en cine lo vemos devenido en chofer, guardaespaldas y multitareas al servicio de la estrella en decadencia. A su vez, la vecina de Rick es nada más y nada menos que la pareja conformada por el director Roman Polanski y Sharon Tate (Margot Robbie), actriz en ascenso que aún se emociona cada vez que que se ve en la pantalla grande. El clan Manson, o los orígenes del mismo, es una sombra que apenas se vislumbra en un par de escenas. La tensión va aumentando hasta llegar a un desenlace bien a lo Tarantino, secuencias celebradas (y aplaudidas) por el público en la sala.
Quienes busquen solamente la crudeza de propuestas anteriores del director de Kill Bill se verán decepcionados. El realizador decidió escribir una carta de amor agridulce al cine que lo hizo querer formar parte de la industria, a esas series de los sesenta y setentas en donde los buenos siempre eran más inteligentes que los malos, donde los villanos eran meras caricaturas frente a los héroes o las damas en peligro. Permitirse repensar el lado oscuro de Hollywood de 1969 nos deja con una sonrisa de ternura en lugar de la sensación amarga de racionalizar muertes inexplicables.
Por Damián Serviddio