El Jilguero

Theo pierde a su madre en al atentado al Museo Metropolitano de Nueva York. Con solo 13 años y sin conocer el paradero de su padre, las autoridades lo llevan hasta la casa de su mejor amigo en donde es recibido de manera dispar por la familia, vecinos adinerados del Upper East Side de Manhattan. Solo dos cosas recuerda con claridad tras el bombardeo: un anciano le entregó un anillo que debe llevar a un anticuario y le pidió que escondiera en su mochila el pequeño cuadro El Jilguero. Tratando de sobreponerse al dolor de la pérdida y a las secuelas del trauma, la vida de Theo se hará aún más complicada cuando su alcohólico padre y la novia de turno regresen para llevárselo al desierto de Nevada para comenzar una nueva vida juntos.

A cuentagotas vamos conociendo lo que ocurrió en ese ataque al museo y cómo ese niño expuesto a semejante barbarie llegó a convertirse en un adulto a punto de suicidarse en la habitación de un hotel en Ámsterdam. La novela de Donna Tartt, ganadora del premio Pulitzer en 2014 hallaba en este tour de force de Theo su vigor. Los vínculos que va construyendo el joven con los adultos a partir de sobrevivir a la tragedia son parte fundamental del libro de Tartt que John Crowley adaptó casi milimétricamente a la pantalla grande.

Si bien cierto tono melodramático e impostado está presente en las dos horas y media que dura la película, los diálogos expositivos tan extensos le juegan en contra a una historia que debería haber tenido pequeños recortes en su transposición. La exagerada duración se hace notar en varios momentos pero nunca llegamos a aburrirnos, todo el tiempo está sucediendo algo en la complicada vida de este aprendiz de restaurador de antiguedades. El elenco es sólido en su conjunto, tanto en sus versiones infantiles como adultas y se destacan no solo las escenas de Nicole Kidman sino también el pequeño Oakes Fegley, quien carga con gran parte del peso de la película en su primera mitad.

Por Damián Serviddio

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