Ariel Gurevich es autor, investigador y docente, egresado de Ciencias de la Comunicación (UBA) y Dramaturgia (Escuela Metropolitana de Arte Dramático). Entre otras puestas escribió y dirigió ‘La Trastornada’, ‘Seré tu madre tranquila’, ‘Las descamisadas’ y ‘Las noches blancas’, que participaron de festivales nacionales e internacionales, y en tele fue co-guionista de la serie Doce Casas (TV Pública) y Animal que cuenta II (Canal Encuentro). Su primer libro, “La vida digital”, publicado por Crujía futuribles, puede conseguirse en formato físico y digital y es una buena opción de lectura para esta cuarentena.
“’La vida digital’ surgió primero como TP de cinco carillas cuando era estudiante de Comunicación en la UBA. Durante el 2008, la Cátedra de Alejandro Piscitelli había armado “El proyecto Facebook”, y toda la cursada se dividió en comisiones de análisis. Me interesaba entonces pensar a través de qué operaciones la mirada del otro se inscribe en la interfaz, algo que hoy tenemos totalmente naturalizado, casi como si no hubiera sido inventado: la posibilidad de poner me gusta, que los comentarios den lugar a conversaciones, hablarle a todos los contactos en los espacios del muro. Formas nuevas (y no tan nuevas) de interactuar, de ser y estar en el mundo. Estas plataformas que parecían reunir contactos del pasado, se harían cada vez más ubicuas y presentes en nuestras vidas, hasta transformarse en comunicación del presente. Me gradué con una tesis que se llamó “Retóricas de la identidad: arquitectura de Facebook y cultura contemporánea”, que tuvo como tutora a Gabriela Sued y evaluadora a María Elena Bitonte. Era un trabajo un poco centauro, que combinaba una mirada semiótica con un análisis social de la técnica, intervenido con posteos de mi red de contactos. El trabajo fue evaluado con nota máxima y salió con recomendación de publicación. Buscando editorial, la mayoría no me respondía o me pasaban unos presupuestos imposibles (el desplazamiento del trabajo de la gestión del sí parecía no sólo existir en las redes sociales)”, explica Ariel. “Además de escribirlo, tenía que conseguir un canal de distribución y pagarlo. Finalmente, me respondió Roberto Igarza, director de la colección Futuribles de La Crujía, investigador y profesor notable en la carrera, que había leído con mucho entusiasmo el material. En una reunión me explicó que no publicaban tesis, pero me invitaba a escribir un libro, con el desafío de desarrollar un texto nuevo. En mi caso escribo obras de teatro y guiones, y esta formación doble, y cierta voluntad autoral medio testaruda, también interesó”.

El libro lleva como subtitulo “Intersubjetividad en tiempos de plataformas sociales”, algo que apela al cómo vivimos desde hace unos 10 años. En la última década, con la emergencia y el auge de las plataformas sociales y la creciente ubicuidad de los dispositivos móviles, no cabe duda de que nuestra vida social es inseparable de nuestra vida digital. Internet se ha vuelto cotidiana, embebida y encarnada, lo que ha traído incontables consecuencias sobre nuestra vida pública y privada, el marketing, los negocios, la política, el sentido de nuestra propia identidad y hasta el modo en que estamos en contacto. “Reactualizando nuestras semiosis, hibridaciones y mediaciones, la obra de Ariel viene a ocupar un lugar vacante: que alguien nos cuente bien qué estamos haciendo cuando vivimos nuestra vida. Nosotros solos no podemos saberlo: estamos muy ocupados posteando en Facebook”, dice Gabriela Sued sobre este libro.

Vivimos en una época donde la identidad no puede pensarse sin discurso, pero tampoco sin los soportes y dispositivos técnicos que traen asociados. “El libro parte de pensar mucho de lo que pasa en las plataformas sociales como “narrativas del yo”, esto es, géneros en primera persona donde nos construimos, que nos permiten decir quiénes somos a nosotros y a los demás a partir de articular un relato. Estos géneros no son nuevos y existieron a lo largo de la historia, a través de cartas, memorias, diarios íntimos. Comparten el supuesto de que coinciden quien narra, el protagonista de ese relato, y la persona que escribe, es decir, hay un pacto que esa construcción es verdadera, vale por mí, me representa”, detalla Ariel.

Las reflexiones propuestas en el libro comparten la pregunta por las operaciones discursivas en estos nuevos medios digitales que dan como resultado un yo. Esta construcción del yo, ¿es una mera cuestión de publicar contenidos o hay determinadas maneras de hacer que los usuarios deben incorporar al ingresar en estas plataformas? ¿Las redes sociales son un espacio neutro de publicación o los dispositivos son tecnologías morales que orientan en algún sentido las prácticas de los usuarios? “El libro se planta desde ahí e invita a pensar, más que en estilos de publicación personal, si el ingreso a esos soportes siempre abiertos a la mirada de los otros supone ciertos modos de hacer, si nos interpelan a adoptar ciertas formas en detrimento de otras. Preguntar cómo cambian y mutan esas maneras, y cómo nosotros cambiamos en ese movimiento. Especialmente, porque esas construcciones se nos presentan como espontáneas, como lo que las cosas son. Hay un segundo capítulo dedicado a las transformaciones en la imagen, a partir de la fotografía celular. El capítulo tres, llamado “Ansiedad”, trabaja sobre el tiempo y la distancia, y nuevas formas de presencia/ausencia, por el cambio radical que implica compartir el presente. En un momento se habla de armar cierta arqueología del corazón digital o hacer una socio-semiótica de nuestra vida anímica. Finalmente, el último capítulo piensa a Facebook como actor, qué hace ese “hacedor fantasma” al que a veces llamamos Zuckerberg, a través de estos fenómenos que ya trascienden a Facebook: la personalización de la experiencia, a través de burbujas filtro algorítmicas, y lo que suponen como problema. Es decir, estas formas funcionales al modelo de negocios de estas plataformas, que nos piden presencia, tiempo, atención y datos, qué valores encierran, y cómo podrían plantar una ética otra en las formas del encuentro con el otro, ocurran o no en espacios digitales”, concluye Ariel.
Por Damián Serviddio
Fotos de Sebastián Freire