La primera producción original de Netflix venida desde Dinamarca debutó en la plataforma de streaming en mayo de 2018 y en menos de un mes tenía la confirmación de una segunda temporada para el año siguiente. Las críticas, en su mayoría, no acompañaron la historia de la lluvia poseedora de un virus mortal. Incluso algunos críticos la calificaron como los peores diez primeros minutos de cualquier serie de la gran N. Exageraron un poco. La asfixia del primer episodio y cómo tan pronto nos meten en la vida del búnker en donde los dos hermanos se refugian de la enfermedad a la espera de su padre científico, es uno de los grandes aciertos. Estamos casi 60 minutos conviviendo con ellos bajo tierra. Cuando luego deciden llevarnos al mundo devastado del exterior, agradecemos esa bocanada de aire fresco. Vamos redescubriendo con los dos adolescentes los pequeños placeres diarios de la naturaleza, la luz del sol, el tacto de la vegetación. Redescubrimos lo que significa estar al aire libre.

Sin la crueldad extrema con la que seguramente hubieran tratado al relato de tratarse de una producción norteamericana, los nórdicos se jugaron por cierta inocencia frente al colapso de la civilización. La violencia está presente, sin dudas, pero no es el eje central de una propuesta que recorre un lado más humano de sus criaturas. Los pone frente a su pasado, a sus decisiones, a la fe y a la creencia que, por más grande que sea la traición que están por vivir, existen posibilidades de reconstruir lo destruido y forjar un futuro. El cliffhanger con el que cierra el octavo episodio no es del todo logrado, pero recordemos que hasta ese momento no había más capítulos en el horizonte y funciona en ambos sentidos: como posible cierre y como puntapié a un segundo año. La segunda tanda de episodios ya está disponible y la tercera y última temporada debutará en algún momento de 2020.

Por Damián Serviddio