En la Isla de Wight, Reino Unido, una adolescente de origen polaco canta en bares de mala muerte sólo para salir de su aburrida cotidianeidad. Escondiendo su pasión, Violet no quiere resignarse a la vida monótona y estricta que le impone su madre. Una noche conoce a Vlad, un ex cantante de ópera croata quien la acompañará al casting de “Teen Spirit”, el concurso de talentos que por primera vez llega a la isla. De allí, el camino a la fama de Violet será meteórico pero cargado de golpes y aprendizajes a la fuerza.

Escrita y dirigida por Max Minghella, la película no logra ofrecer nada nuevo dentro del género. Es innegable que el soundtrack es excelente basándose en grandes éxitos de los 2000, pero el guión es previsible y escaso de originalidad. Todo resulta ya visto, abusa de la edición de videoclip y de las secuencias de música electrónica, luces brillantes, neón y primeros planos de su protagonista. Elle Fanning es tan magnética y misteriosa que uno no puede sacarle la vista de encima. Sin embargo, eso solo no alcanza y la chatura en la que entra la película nos hace pedir a gritos que suceda algo que de verdad nos saque de la letanía en la que entra el guión. Fanning sola (o en su logrado vínculo con Zlatko Buric) no logra remontar una propuesta que prometía más de lo que termina cumpliendo.

Por Damián Serviddio